martes, 29 de diciembre de 2009

El Antiguo Testamento

La lucha de la sociedad tribal, con su propiedad comunal y su actividad económica primitiva, y el proceso económico impersonal de una sociedad más compleja, estratificada en clases y castas y basada en gran parte en la propiedad privada, se refleja como un espejo en el Antiguo Testamento y en las recopilaciones posteriores de leyes e interpretaciones que constituyen el genuino pensamiento hebreo. Las nociones animistas de la primitiva religión semítica seden el lugar a la concepción idealizada de la divinidad; pero la sobrenatural majestad de Dios está atemperada no sólo por otros dos atributos básicos, la justicia y la piedad, si no también por el pacto entre la deidad y su pueblo. Es posible ver que en esta unión un sucedáneo idealizado de vínculos sociales más antiguos y estrechos que habían aflorado ya. No se intentaba aún eliminar de la doctrina religiosa todo interés pro el bienestar material en la vida terrena. El código de conducta impuesto a los miembros de la sociedad era muy estricto e incluía la admisión de ciertas obligaciones sociales superiores que diferían poco de la familia patriarcal y de la comunidad tribal.
Los derechos individuales de propiedad quedaron severamente restringidos pro largo tiempo, aunque el margen de la propiedad privada se amplió hasta incluir la tierra. Son ejemplos de las limitaciones de carácter comunal impuestas a los derechos individuales, las leyes dictadas para conservar la relación de la familia con la propiedad de la tierra y la institución de un año de jubileo (si bien no existen testimonios de su acatamiento). Pero la desintegración de la comunidad primitiva no podía detenerse. Del desarrollo de la propiedad privada nació el comercio interior y exterior, y con éste la posibilidad de acumular riqueza. Fue en este período cuando se estableció la monarquía hebrea. La descripción de la sociedad de aquél tiempo que aparece en el libro de los Reyes, y más enfáticamente aún en los lamentos, protestas y visiones de los profetas, nos da idea de la marcada división entre ricos y pobres. El lujo de la corte se sostenía gracias al gradual crecimiento de una clase esclava. Los gastos de la casa real, así como los de las guerras y los dispendiosos edificios públicos, se costeaban con los derechos de peaje y las utilidades del monopolio real sobre el comercio exterior, con el reclutamiento o leva de trabajadores e impuestos muy elevados. El resultado fue el empobrecimiento de las masas, la enajenación de la tierra y la aparición de una clase “desposeída”.
La rebeldía espiritual de los profetas refleja este cambio en la estructura económica. Denunciando la avaricia de la sociedad nueva, trataron de retrotraer a los hombres a la forma de vida del pacto, de revivir la justicia y la clemencia como principios de conducta social. Castigaban los excesos de las nuevas clases comerciales, los usureros y de los “despojadores de tierras”, y predicaron la vuelta a las limitaciones del derecho de propiedad privada. En algunos casos tuvieron éxito. La prohibición de embargar la ropa o los útiles de trabajo de los deudores persiste como principio fundamental del derecho judaico, y es uno de los que han ejercido influencia en las leyes de muchas otras naciones hasta el tiempo presente.
Pero el principal ataque de profetas fue infructuoso, pues si fueron capaces de describir claramente las consecuencias del orden social existente, no lo fueron para comprender las fuerzas mismas que lo engendraban. Podían tan solo anhelar el retorno a una edad pretérita, sin darse cuenta de que su estructura social ya era inadecuada. Alguno de los profetas parecen haber comprendido vagamente el carácter utópico de sus protestas; éstos no tenían ninguna esperanza en el futuro; únicamente esperaban ver que la cólera de Dios trajera la destrucción universal que miraban como el único destino que su mundo merecía. Otros pusieron su fe en la venida del Mesías que liberaría a los hombres del mal y los conduciría de nuevo a los modos de vida de la comunidad patriarcal.
Una visión totalmente idealista del cambio social está subyacente, tanto bajo la desesperación de unos profetas, como en la esperanza que otros ponían en la venida del Redentor. No consideraban los males que anunciaban como resultado, en parte, de una nueva estructura económica, si no que los atribuían exclusivamente a un cambio en el corazón del hombre. La codicia y la corrupción, sin ponerlas en relación con el suelo más propicio en que podían florecer ahora, fueron consideradas como las causas únicas de la miseria. El remedio era asimismo totalmente idealista: aceptar plenamente la ley de Dios, volver a vivir de acuerdo con el código religioso. No formaba parte de sus concepciones la visión clara de una nueva estructura social del futuro. La expansión de la producción y el creciente dominio del hombre sobre la naturaleza exigían las instituciones recientemente establecidas. Por lo tanto, en la medida en que los profetas se interesaron por el orden social tanto como por la conducta del hombre, sólo pudieron expresar la vana esperanza del retorno a una situación más primitiva. La rebeldía profética, importante en su día, estaba destinada al fracaso. Llegó a su cenit con la aparición del cristianismo; pero aún esta explosión de descontento, la última y más fuerte, fue incapaz de mejorar la situación del pueblo en su propio tiempo. Su idealización progresiva le hizo perder toda relación directa con los problemas sociales de cada época; pero siguió siendo una de las influencias más vigorosas sobre el pensamiento humano y la fuente más poderosa de inspiración para la conducta individual.

Roll, Eric: Historia de las Doctrinas Económicas, FCE, México.

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